de cajones pequeños
que no pueden tocarse.
Y vuelan sobre hilos paralelos
y nunca formarán una madeja.
Yo sólo tengo brazos que los buscan,
ensayos de mezclar: rencor con amuleto,
con playa, sueño, vino y apatía;
mezclar el blanco polen que contienen.
Y vivo,
vivo y muero en la distancia
de cada fondo largo hasta mis ojos
y lloro porque son la lumbre
rota.
En este ir y venir de negaciones
de fallidos intentos por juntar sus latidos
se me seca la savia,
la sal que -aquí en mi boca-
les nombra y apacienta.
No valgo de alquimista,
no tengo ese poder de curandera.
Es así lo que viene.
Así, así, así,
y a ratos diferente en mi cabeza.
Debo por fin librarme de las ceras
que dibujaban: árbol, casa, cielo
en un solo paisaje.