Y soy yo quien ahora te tiene,
madre mía, a su merced, turbada.
Diminutos tus huesos
y tu piel de ciruela que, si hablo,
se rompe. Enjabono tu vientre
y mis dedos resbalan por tus mustios
pezones y tus nalgas.
Madre mía, mi niña, cúmplase
esta rara inversión, y tengamos
tus cicatrices yo, tu corazón mis años.
esta rara inversión, y tengamos
tus cicatrices yo, tu corazón mis años.
Web de la autora: Juana Castro