Mi pobre tío
murió goloso insatisfecho
sin llegar nunca a ser diabético.
Mi padre se murió en serio, del todo,
como lo hace la gente que vivimos
de Norte a Sur:
perfectamente enfermo.
Mi madre, en cambio, no hizo nada:
se fue más por no estar
que por marcharse.
Por eso me pregunto
al tiempo de apurar la última copa
cada noche
a qué palo quedarme
el día en que se cumpla
aquello de
me he muerto.