No sigas, me implorabas,
mientras mi lengua llamaba con
insidia
al más pequeño de los pulsadores.
Ignorando tu grito,
recorría, certero, el espacio
vital
que, palpitante, vibraba sin
desmayo.
De repente, tu voz
emitió aquel sonido, que provocó
mi asombro,
y en un tono creciente surgía de
tus labios,
como tiembla el cristal en copas
de Bohemia.
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Balcones de agua